Planteles

jueves, 26 de marzo de 2020

Bahía Clara

  • Por Lalo Brodi.
Héctor Garmendia casi no probó bocado del plato de salmón grillado que tenía enfrente. Sólo se lo escuchaba maldecir una y otra vez por lo que había ocurrido algunas horas antes.

Compartía mesa del Hotel Austral en la fría noche patagónica de enero junto a otros dirigentes y un par de periodistas que por la misma causa se hospedaban en el lugar.

- ¡Cómo nos cagaron! Desde la Asociación nos aseguraron que nos darían todas las garantías, pero nos acostaron. Y nosotros que nos creímos que nos la sabíamos todas quedamos pagando como novatos - descargaba con bronca y algo de autocrítica, dejando entrever un pase de factura por inoperancia a los componentes de una buena parte de la mesa.

Horas antes, el equipo de la institución que presidía, el Club Manzanares, había perdido por 2 a 1 el segundo partido que definía el ascenso al fútbol de la máxima categoría nacional. En la ida, allá en el Valle, a 1200 kilómetros de distancia, los suyos se habían impuesto por 3 a 1 al Deportivo Globito, pero aquí, en el litoral marítimo austral, todo había salido mal.

El Club Manzanares y el Deportivo Globito habían construido una notoria rivalidad que, a decir de muchos, excedía lo deportivo. Estos enfrentamientos comenzaron a principios de la década del 70 y ya llevaban casi 15 años. La primera vez que lo hicieron fue victoria para los valletanos en un ida y vuelta, pero cayeron estrepitosa y sospechosamente en el cotejo disputado al pie del cerro, lo que privó al Capo de llegar a la elite del fútbol nacional.

Después vinieron otros choques en el que se repartieron triunfos aunque siempre se trató de enfrentamientos que trascendían el terreno de juego. Duras batallas que comprendían peleas entre barras, cruces dialécticos entre dirigentes, editoriales periodísticos picantes que agregaban combustible al fuego y duras porfías en los escritorios de la Asociación, le daban marco a una pelea que tenía como trasfondo la hegemonía patagónica.

Porque más allá de lo deportivo, estos duelos llevaban implícitas miradas varias. Para algunos se trataba de la pelea del poder regional entre el Valle frutihortícola contra el polo petrolero nacional. Entre tierras ubérrimas atrapadas por ríos cristalinos y caudalosos y la meseta del litoral oceánico desprovista de bellezas naturales aunque de una riqueza extraordinaria. Entre ciudades que recibían la radicación de entre 12 y 15 familias diarias, que venían a “trabajar en la fruta” y la desigual riqueza de quienes ganaban mucho dinero con el petróleo en detrimento de los sueldos de hambre de la administración pública. Disputa de ambiciones políticas necesitadas de una mayor atención desde el poder central que le permitiese pasar a ser el foco de desarrollo de una de las regiones más olvidadas del país.

El Deportivo Manzanares, dueño de un estadio de pequeñas dimensiones emplazado casi en el centro de la ciudad, convocaba multitudes no sólo de la localidad sino de distintos puntos de la zona. A pesar de provenir de otras ciudades se identificaban claramente con los colores blanco y negro del equipo.

El Globito jugaba en su cancha de tierra alisada. Las piedras desperdigadas por el terreno hacían que cualquier caída doliera el doble y las consecuencias físicas fueran exponencialmente mayores a las que se sufren jugando en cualquier cancha de césped. Le arena se acumulaba en las esquinas haciendo muy difícil dominar el balón. Si el partido se jugaba en verano, en el descanso del entretiempo entraba un camión para regar lo que transformaba al campo en los primeros minutos de la etapa final en un lodazal. De escasa capacidad en las gradas, la mayoría de los simpatizantes optaba por mirar los partidos desde la ladera del cerro y de paso apedrear desde allí a jugadores rivales, árbitros, simpatizantes y a las precarias cabinas de chapa para el periodismo.

Ni qué decir cuando soplaba el viento patagónico que en esa zona se multiplicaba de manera exponencial. En esas condiciones se hacía prácticamente imposible jugar. La pelota viajaba como un globo sin rumbo y sólo un experto podría calcular la dirección más o menos exacta. Pero ellos, los jugadores del Globito, sabían exactamente qué hacer y por eso, bajo esas condiciones ganaban siempre.

Pero este partido se había disputado en un estadio nuevo. El municipal, construido a algunos kilómetros del casco urbano y en una especie de cañadón, contaba con todos los adelantos. Por empezar el piso lucía un césped muy bien cuidado y el resto de las instalaciones estaban a tono con las exigencias de mediados de los 80.

Por lo tanto, de ninguna manera era esta una excusa por el resultado adverso como tantas veces había ocurrido. En todo caso, en esta oportunidad las razones eran otras.

- No sólo nos ganaron sino que además nos dejaron afuera a los dos mejores jugadores del plantel, nos bombeó mal el árbitro y además golpearon muy duro a nuestros hinchas que viajaron tantos kilómetros para alentar a este equipo que le viene dando tantas alegrías a la gente - aportó Juancito Markínez, mano derecha del presidente.

- Poco debemos esperar del informe del veedor que enviaron. Pude hablar algunas palabras con él. Me refirió, casi como anticipándose a mi opinión, que había salido todo bien, que por lo que pudo apreciar toda transcurrió en un marco de normalidad - agregó José Brillar otro dirigente que había viajado junto a la delegación, conocedor de estos partidos-batallas que se libraban en esa categoría de ascenso con poca exposición nacional y por lo general escaso control.

Se sumó a la mesa Raúl Coseano, otro de los integrantes de la “mesa chica”. Su función apuntaba a la relación con los visitantes. Generalmente encargado de llevar y traer a los árbitros cuando al Club Manzanares le correspondía jugar como local. Esa tarea que llevaba delante de manera meticulosa desde hacía varios años, le daba un conocimiento aceitado de las acciones, comportamiento y reacciones de los colegiados ante determinadas circunstancias, lo que le permitió aportar una reflexión sobre lo ocurrido unas horas atrás.

- Lo noté raro a Riquelme, es un árbitro de fuerte personalidad y que no se deja influenciar fácilmente. Por eso me quedé tranquilo cuando supe de su designación. Pero esta tarde al llegar a la cancha lo vi algo raro. Me saludó apenas como al pasar, como con vergüenza e intentando esquivarme. En principio imaginé que tenía que ver con la responsabilidad del partido o cierto estado de nerviosismo...o algo así. Ahora mi sospecha va por otro lado.

Estas aclaraciones le permitieron a Brillar sostener que subestimamos a Carsetti. Es un dirigente con poca llegada a las altas esferas pero muy tenaz, y si tuvo una oportunidad está claro que no la dejó pasar. Para la Asociación es uno de los máximos referentes de esta zona del país aunque no siempre se lo tenga muy en cuenta. Es probable que le estuviesen debiendo algún favor por alguna votación compleja en la que haya colaborado para sacarla y ahora lo saldaron.

Rubén Carsetti, presidente del Globito no tenía la misma capacidad de lobby que Garmendia en la Asociación. Sin embargo, había hecho muchos trabajos para la actual gestión por lo que no sería descabellado pensar que en algún momento le llegaría el reconocimiento envuelto en resultados deportivos.

En ese momento fue cuando volvió a intervenir Garmendia para dar un corte a los lamentos, y fiel a su manera de ver las cosas, borrar lo ocurrido para encarar lo que vendría con toda energía.

- Listo. Ya está. Olvidémonos de este partido, esto es historia y no hay manera de modificarla. Ahora debemos enfocarnos en lo que viene. Y lo que viene será el tercer partido que, supongo, será dentro de quince días. Y ahí, sí. Se jugará en donde digamos nosotros, y obviamente, se ganará como sea - sentenció a modo de auto imposición con efecto radial hacia quienes lo escuchaban.

Y esa fue la cuestión. Armar el “Operativo Tercer Partido” que comenzaría en ese preciso momento.
Héctor Chiquitín Garmendia, un empresario de las bebidas sin alcohol que nació en la ciudad y se crío en las instalaciones del Manzanares. Allí practicó fútbol, natación y basquetbol deporte donde más se destacó. Llegó a jugar varios de los viejos campeonatos nacionales representando a la provincia. Sus casi dos metros de altura lo formaron como buen jugador, además de ganarse el irónico sobrenombre por el que lo conocían en todas partes.

De escasa formación pero con una inteligencia que habitualmente mezclaba sus defectuosas construcciones gramaticales con ideas brillantes. Intuitivo ciento por ciento, de esos tipos que siempre están un paso adelante cuando de abordar un tema con él se trata. Apenas alguien comenzaba a explicar una situación, Chiquitín ya sabía a qué lugar pretendía llegar.

Eso lo convirtió en un empresario exitoso primero, y dirigente de peso luego, con llegada a los más altos niveles de poder de decisión nacional. Se lo ganó solo, a fuerza de observar y entender cuáles eran los lugares y momentos, a quien tocar, dónde recurrir, cuándo aparecer y de qué modo hacerlo.

Y esa jactancia era lo que lo tenía a maltraer, la que no le permitía haberse dejado “cocinar” por los que él creía, eran dirigentes de “barrio”, poco capacitados para tocar los resortes exactos como él sí era capaz de hacerlo. No podía darse el lujo de que su club, el más importante de la Patagonia, fuese sentenciado desde un escritorio a quedar en el camino. Porque en ese caso el dolor jugaba doble. Por un lado, por el club, y por el otro, por su reputación. Perder de un día para otro el peso adquirido a nivel nacional no estaba en sus planes inmediatos.

¿Cómo quedaría ante la hinchada? ¿Qué se hablaría de él en la ciudad? ¿A dónde irían a parar sus aspiraciones políticas? Entonces, ¿no se daba por sentado que tenía tanto poder dentro de las estructuras de la Asociación? ¿Comentarían en el pueblo que los petroleros eran quienes realmente manejaban la Patagonia? ¿Sería eso cierto?

Chiquitín fue artífice del despegue deportivo del Club Manzanares, uno de los principales responsables de que la institución comience a participar en las “grandes ligas”. Convocó a muchos notables empresarios de la ciudad y a vecinos y profesionales prestigiosos. A los primeros, y a caballo de una floreciente situación social y económica del valle frutícola, los convenció sobre la importancia de que la zona sea conocida por las bondades de sus productos y el deporte, más concretamente el fútbol, sería un excelente medio para promoverlo. Una especie de asociación espontánea y natural para que las palabras valle-manzanas-fútbol sea sinónimos. Pero para ello era necesario aportar capital económico, respaldo al club, al plantel, difusión y una estrategia de reconocimiento nacional del que se encargaba mediante sus contactos.

A los profesionales los convocó para conformar la comisión directiva del club, pidiéndoles el aporte de conocimiento, tiempo y por añadidura, aunque no en efectivo, dinero.

La idea prendió. Sólo le faltaba sumar una pata a esta estructura para que esto funcione: La respuesta de la gente. Sin dudas el principal engranaje de la maquinaria lo que no tardó en ocurrir. Una vez clasificados al duro Regional, en pocos encuentros se formó la hinchada, se poblaron las por entonces escasas tribunas. En poco tiempo, y con buenos resultados, fue necesario efectuar remodelaciones para agrandar al hasta entonces modesto estadio ubicado casi en el centro de la ciudad.

Una ciudad relativamente pequeña en el sur del país con un poder adquisitivo claramente por encima de la media nacional, necesitaba de alguna distracción masiva que además obre como divisa, como sello distintivo. Y la encontró en el fútbol.

Por todo esto, Garmendia se preguntaba una y otra vez ¿Cómo puede ser que nos quieran bajar de esta manera? ¿Conocerán los hechos las más altas autoridades de la Asociación?, se cuestionaba.

También se permitía dudar porque más de una vez debió apelar a administrativos de segundo nivel para que le envíen tal o cuál árbitro. Si en definitiva quienes designaban las autoridades de una categoría inferior eran empleados de muchos años en la Asociación y conocedores de personas y situaciones que era ignoradas por las máximas autoridades. Por lo tanto, a esos numerarios habitualmente “persuadía” para que determinado referí sea designado para algún encuentro. No sería extraño imaginar qué camino similar hayan empleado los dirigentes del Globito. Siendo así, debía comenzar a moverse cuanto antes.

Héctor Radovengo, el periodista más escuchado por los seguidores del Capo de la Patagonia, como la propia hinchada proclamaba, terció en esa charla abierta. Ya de sobremesa y saboreando un tinto malbec, con voz pausada aportó lo suyo.

- Además de comenzar a ganar este partido en la Asociación, también necesitamos involucrar a políticos para que nos den una mano. Además, si quieren que el partido se juegue en determinado lugar, yo tengo uno que nos será conveniente - dijo el relator de fútbol.

- ¿Y cuál es ese lugar? - Preguntó el presidente.

- Bahía Clara ¿Te parece?

- No está mal. Es un lugar más cercano para nosotros que para ellos. Además, estos del club Olímpico no nos quieren mucho pero le dan poca bola al fútbol por lo que no tendrán incidencia, no van a llevar gente a su cancha. En todo caso quien de Bahía Clara vaya al partido será neutral.

Y comenzó el “operativo” desde lo práctico. Hay que llamar a nuestro representante en la Asociación. Tenemos que asegurarnos que se juegue en dos semanas porque ellos tienen un par de lesionados importantes. Tenemos que programar una reunión con el gobernador de la provincia. Fueron algunas de las consignas que emanaban de un presidente del club, ya por estos momentos hiperactivo, cuando aún no habían emprendido el regreso a la ciudad del Club Manzanares.

Brillar desplegó una libreta de apuntes y comenzó a anotar todas las instrucciones y algunas propuestas que quedaban flotando. Como para tener una ayuda-memoria y que nada se pase por alto.

- ¿Héctor, me dijiste de jugar en Bahía, pero te preguntaste qué piensan los dirigentes de Olímpico?

- Tranquilo Chiquitín. Soy amigo del presidente del club y de varios dirigentes, y mañana, apenas lleguemos me pongo en contacto con ellos. De todos modos va a ser un espectáculo que les llega de arriba y además tienen la oportunidad de hacerse de unos pesos. Están en la lona.

- Ah…y la otra ¿Comentaste como al pasar que esto tenía que ser una movida política? ¿Pensaste en alguien más además del gobernador que no es precisamente hincha de nuestro club?

- Tendríamos que apuntar a los senadores de la provincia, Los dos son futboleros, pero además este tipo de gestiones los posiciona políticamente, y eso a ellos les gusta. Es un buen momento para aprovecharlos. A ver hasta dónde llegan. Total, todo suma, no se pierde nada con aportar gestiones.

- Bueno, yo me encargo de hablar con el senador Musimesi. Tengo entendido que tenés buena relación con el otro, con Constante. Encargate de plantearle el tema.

Al otro día, y ya en vuelo de regreso. El plantel se mostraba todavía golpeado por la dura derrota que dejaba abierta la posibilidad de perderse jugar un nuevo campeonato en la máxima categoría del fútbol nacional. Porque además le habían quitado la posibilidad en los minutos finales. Y eso no se lo podían quitar de la cabeza.

- El árbitro no nos cobró una. Todas las dudosas para ellos y encima cuando reclamábamos se nos reía, o se enojaba y nos decía que nos iba a echar - se lamentaba Martín Llordo, el arquero y capitán del equipo.

- Cuando vi que la hinchada del Globito se dirigía abriendo puertas que, supuestamente estaban con candado, hacia los nuestros y decididos a que se arme rosca, supuse que estaba todo cocinado, todo listo - aportaba Ivan Junta, el principal refuerzo y uno de los que no podrían jugar el partido decisivo.

- ¿Viste la amarilla que le sacó a Pardi? Insólita. Nos metieron la mano en el bolsillo- se lamentó Junta.

Ya en la ciudad, Garmendia llamó al presidente de la subcomisión de fútbol para reunirse y comentarle en detalle las novedades.

- Hola Oscar. Pasá a mediodía por el club así almorzamos y te cuento las novedades de lo ocurrido ayer con estos del Globito - casi ordenó Chiquitín.

Oscar Rizzo era otro empresario de la ciudad, en este caso dedicado al transporte interurbano de pasajeros. En realidad, había heredado la empresa, y en rigor no le dedicaba demasiado tiempo, por ser monopólica transportaba a todas las personas que debían cruzar de una provincia a otra para trabajar o por recreación lo que le reportaba jugosas recaudaciones diarias que sólo compartía con un socio.

Esto le permitía a Rizzo disponer de mucho tiempo libre y, sobre todo, manejar diariamente una buena cantidad de dinero. Sin embargo, su espíritu conservador no le motivaba encarar otros proyectos laborales. Prefería gastar el tiempo con los amigos y algunas “amigas” con quienes se encontraba por las noches en un vetusto cabaret de una provincia vecina.

Eso sí. El negro, como le decían sus amigos, gustaba de prenderse en largas conversaciones de táctica de fútbol con el técnico de turno y no en pocas oportunidades, “sugerir” quién debía jugar y quién no. Ante el primer esbozo de protesta, de inmediato refrescaba el concepto de que “todo bien, pero el que pone la tarasca soy yo”.

Rara vez el Negro acompañaba al plantel de visitante. Prefería quedarse en su casa y escucharlo por radio poniendo en práctica un ritual cabalístico que, según él, nunca fallaba. Cuando el club perdía, siempre encontraba una excusa para justificarse y decir que la catástrofe había ocurrido por “factores externos”. En el círculo íntimo y a modo de anécdota, se decía que el Negro escuchaba el partido por radio y después se lo contaba a quienes habían viajado para verlo.

Más allá de estas particularidades, Oscar era muy despierto en esto de programar “estrategias para ganar un partido no sólo adentro, sino por fuera de la cancha”, como le gustaba parafrasearlo al secretario de prensa del club, poniendo el acento en cómo manejaba el eufemismo. Así fue como Chiquitín le contó todo lo sucedido y lo proyectado, cosa que el Negro aprobó plenamente y redondeó con un par de aportes también sustanciales para el “operativo”.

- Estoy de acuerdo en todo Chiquitín, pero de una cosa me encargó yo. Y te imaginás por dónde voy.
Efectivamente, el presidente sabía a qué se refería y por eso asintió con un gesto como diciendo: “es todo tuyo”.

Todo estaba encaminado, aceitado, acordado. Pero a nadie escapaba que todo se decidía en la Asociación y por lo tanto existían muchas dudas por lo que pudiese ocurrir.

En el medio, las versiones en la calle, en los planteles, en los periódicos y en las radios se sucedían sin establecerse los límites entre la realidad y la pirotecnia verbal. De hecho, trascendió que el presidente del Globito ya se había anticipado por nota pidiendo que el partido se postergase por un mes por el calor del verano y que el lugar de disputa debía ser la cancha de Independiente de La Unión, ciudad que quedaba en la misma provincia de donde tenía la sede el Globito. Oficialmente ninguna de las dos cuestiones se pudo comprobar ante la rotunda negativa de dar información por parte de la Asociación.

Entre los dirigentes manzaneros existía duda sobre si estos trascendidos eran reales, o sólo se trataba de estrategias para que muestren las cartas. Es por eso que se le daba relativa importancia. Aun así, advirtieron al representante del club ante la Asociación en la capital para que esté atento a todo lo que pudiera ocurrir o llegara desde la sede del Globito.

Federico Mendoza vivía en la capital. Se había radicado después de vivir varios años en la ciudad manzanera. Amigo personal de Garmendia, administrativo y con algunos contactos políticos. Sin demasiados conocimientos de fútbol pero apegado a las tareas administrativas reglamentarias, ayudaba a resolver muchas cuestiones, sobre todo estando a tantos kilómetros de distancia.

Fue José Brillar quien le explicó la situación y le recomendó que estuviese en contacto permanente y atento a cualquier llamado de las autoridades del club, y que en los próximos días le comunicarían la estrategia a seguir.

A todo esto, tanto en la ciudad de las manzanas como en la del Globito no se hablaba de otra cosa que se este famoso tercer partido. En la ciudad más austral querían que se juegue en algún lugar cercano para llevar a mucha gente porque querían demostrarle al Capo de la Patagonia quién era el más importante.

En los alrededores del Club Manzanares, en tanto, ya se estaban armando los grupos que viajarían “a donde sea- decían- para alentar al Capo”. Desde los galpones de empaque, numerosos e importantes en la ciudad, eran los propios empresarios quienes alentaban para que la gente vaya. Carteles que anunciaban la salida de colectivos con la mención de “descuento del pasaje por planilla” y, si era necesario, alguna modificación en los horarios.

En la radio también se había iniciado la campaña diciendo que “por seguridad y espacio, desde los más altos niveles de la dirigencia nacional aseguran que el partido se jugará a fin del mes de enero y en otra provincia”, como una manera de entusiasmar a la parcialidad y de presionar las decisiones.

Casi sobre el fin de semana comenzaron a aparecer algunas definiciones. La primera fue que el partido no se jugaría ese fin de semana por falta de capacidad operativa de la Asociación, que en rigor estaba enfrascada en resolver otros problemas más graves y con mucha mayor repercusión. La segunda, que los representantes de los clubes habían sido convocados para una reunión en la sede de la Asociación para el martes siguiente, sin explicar orden del día ni otro detalle, pero claramente entendido por los dirigentes.

Mientras, el Negro Rizzo, aprovechó esos días para poner en condiciones varios de sus colectivos para el eventual viaje. De hecho, además tomó contacto con empresas, grupo de simpatizantes y otros transportistas para poner a disposición de la parcialidad la mayor cantidad de micros jamás designada para un fin similar.

El lunes por la noche, mientras se desarrollaba la reunión de la subcomisión de fútbol, sonó el teléfono en la sede de la Avenida Manguelo.

- Hola. Habla el senador Constante ¿Está Garmendia? - Inquirió la voz desde el otro lado de la línea.
De inmediato Marquínez, quien había atendido, le pasó el aparato a Chiquitín.

- Hola senador ¿Cómo le va?

- Bien. Le hablo en nombre mío y el del senador Musimesi. Ambos estuvimos “trabajando” en el tema durante estos días. Si hacen lo que le decimos, todo saldrá bien.

- ¿Y qué debemos hacer, entonces? - consultó Chiquitín.

- En la reunión de mañana no abran la boca. Dejen hablar a los del Globito. Y cuando llegue el momento de elegir la sede del partido pidan cualquier lugar pero ni se les ocurra hacer mención a Bahía Clara. Quiero conversar con usted un par de horas antes de la reunión en la Asociación. ¿Se establecerá en el hotel de siempre?

- Efectivamente. Allí lo esperaré.

- Nos vemos entonces.

- Está bien. Buenas noches senador

- Ah…y otra cosa presidente. Consíganos dos palcos para el domingo.

La sala de reuniones de la Asociación funcionaba en el séptimo piso del edificio de diez. El salón no mostraba nada fuera de los habitual. Una larga mesa oval con capacidad para unas treinta personas, gran ventanal que da a la avenida, un par de plantas ornamentales en las esquinas, cuadros varios con fotografías de los seleccionados, una gigantografía con el escudo de la institución y cómodas sillas le daban vida a la oscura sala que de a poco, y en tanto se encendía los spots, comenzó a iluminarse.

El primero en ingresar fue José Castro, vicepresidente de la Asociación y a su vez coordinador de todo lo referente a la organización del fútbol del interior, o chacarero, como les gusta llamarlo. Castro ocupó un lugar en la gran mesa, al lado del sillón principal de cabecera que con dimensiones mayores al resto claramente marcaba a quién correspondía. A su derecha se sentaron tres administrativos, uno de ellos con claras intenciones de tomar nota de todo lo que allí sucediese. Enfrente se situaron Garmendia y el representante en la Asociación, Federico Mendoza. Representando al Globito lo hicieron su presidente Ignacio Carsetti y el representante del club en la capital nacional Horacio Burbano.

- No me siento en la cabecera porque es posible que Tulio se dé una vuelta por aquí para ver cómo va todo.

Esa frase, además de brindar información, obró como advertencia para los presidentes de los clubes porque ambos sabían que si Tulio tomaba parte de la situación sería terminante, no habría vuelta atrás en ninguna decisión, pero además, quien quedase mal parado en la contienda sería relegado en su consideración durante varios años por venir. Y eso no era poca cosa.

Tulio Gordon era el presidente de la Asociación y la manejaba de la misma manera de su cadena de carnicerías. Con fiestas y látigo. Se estaba con él o se era enemigo, y mejor que no pase lo segundo porque eso y ser condenado al ostracismo era exactamente lo mismo.

De características muy parecidas a las de Garmendia, habían congeniado las veces en que se reunieron. El presidente de los Manzaneros lo invitó un par de veces al “Valle floreciente” y en cada una de sus visitas, la mayor parte del tiempo de manera informal, se desvivió en atenciones.

Gordon mantenía un duro enfrentamiento con los principales clubes de la Primera División por lo que hurgó en busca de aliados en otros lugares del país. Fue cuando se le ocurrió que había que nacionalizar los torneos. Para ello, y mediante algunas conversaciones secretas, mantenía contactos con dirigentes del norte, centro y sur del país. Garmendia era uno de ellos. En un par de años se vendrá el gran torneo Nacional, Chiquitín, solía mencionarle en esos encuentros.

Esta elevación de categoría de los clubes del ascenso le permitiría sostenerse políticamente y enfrentar a los “monstruos intocables”, hasta poco tiempo antes orientadores de toda la organización del fútbol pero en pocos kilómetros a la redonda.

Para ganarse la simpatía, y especialmente los votos, de los dirigentes del interior, Gordon solía invitarlos a fiestas, participar de giras, reuniones importantes, codearse con autoridades políticas nacionales e internacionales y hospedarse en los hoteles más importantes del mundo. A varios de esos encuentros fue invitado Garmendia y por lo tanto, le era incondicional.

Por todo lo apuntado, Chiquitín tomó el anuncio de Castro como una buena señal. No quise molestar antes a don Tulio porque lo utilizaré como una carta en la manga, último recurso le dicen. De todos modos, si no aparece por aquí, antes de volver al Valle voy a pasar a saludarle, pensó el titular del club.

Una vez todos ubicados, ingresaron un par de mozos ofreciendo, café, té, gaseosas o agua, y dejaron sobre la mesa algunos bocados dulces y otros salados que nadie tocó. La tensión cerraba el estómago.
Castro observó que Garmendia y Carsetti se saludaron fríamente y como para descongelar la situación apostó por trivialidades que no aportaron demasiado. Estaba claro que para los representantes de los clubes, la situación pesaba mucho más que para los dirigentes de la Asociación.

- Bueno. Vayamos al tema central. Lo primero que quiero comunicarles a los clubes Manzanares y Globito es que el partido se jugará este domingo. Por lo tanto, la fecha no será un tema de debate - arrancó ya decidido a meterse la cuestión central Castro. Y agregó:

- Como segundo punto queda establecido que el partido se jugará en horario diurno, sea en el lugar que sea. Y tercero, para evitar suspicacias y en virtud de estar en receso por el mes de enero el torneo de Primera División, el árbitro será de esa categoría y no de la que están compitiendo. Seleccionamos una terna de la que saldrá la designación. Pero esto ocurrirá después de definir todos los otros puntos que trataremos en esta reunión. Ah…y por último, la Asociación enviará un veedor.

Los veedores que enviaba la Asociación, por lo general eran empleados que cumplían tareas administrativas regulares de lunes a viernes, de tal modo que esto lo consideraban como un premio. En sus “salidas premiadas” comían y bebían muy bien, viaticaban y pasaban un par de días atendidos como reyes. El informe “minucioso” que debían presentar constaba del horario de llegada de las delegaciones al estadio, la limpieza de los vestuarios, la vestimenta de la terna arbitral, horario de inicio del partido, si la cancha estaba bien señalizada, que las casacas de los rivales fuesen claramente de distintos colores, horario de retiro de las delegaciones y resultado del partido. Jamás el informe de un veedor modificó algo sustancial de lo que haya ocurrido en un partido.

Finalizada la primera parte de la alocución de Castro, los presidentes se observaron de reojo, y si bien sus miradas no alcanzaron a cruzarse, una mueca de resignación se adivinó en ambos. La mano de Tulio siempre estaba presente. En esta bajada de línea quedaba más que claro.

Tanto en el Valle como en la cuna del Globito lo que acontecía en la Asociación era seguido por los enfervorizados hinchas de uno y otro equipo mediante la comunicación a sus respectivas ciudades por parte de periodistas radiales que habían sido enviados especialmente para “informar al instante” de lo que ocurriese en ese trascendente encuentro entre dirigentes.

Más allá de la espectacularidad que los cronistas pretendían darle a su presencia en el lugar, los resultados eran magros. Apenas unas palabras de ocasión por parte de los presidentes de los clubes al entrar a la reunión y luego una tensa espera en la sala para el periodismo, pero varios pisos más abajo, por lo que no les quedaba otra que esperar a que terminase todo para recién poder tener las declaraciones de quienes, como les gustaba decir, eran “los protagonistas principales de estas horas”.

Para colmar las expectativas de los miles de hinchas de uno y otro club que habían tomado esta definición como una causa, cada enviado especial rellenaba los espacios cada vez que eran llamados para “salir al aire” a los teléfonos que funcionaba en la sala, con frases tales como “sabemos que ya llegaron las autoridades de la Asociación y la reunión comenzó hace varios minutos”. “Los dirigentes de los clubes de la Capital también están interesados por lo que pueda ocurrir y esperan novedades”. “Estamos en condiciones de adelantar que este encuentro de dirigentes no demandará por mucho tiempo”. “Todavía no hay acuerdo”. “Un mozo que salió a buscar más café nos dijo que la situación era muy tensa”. “Hace algunos minutos bajó un dirigente y al pasar nos hizo un guiño dándonos a entender que había triunfado la postura del club de nuestra zona” (frase que aplicaba para cualquiera de los dos clubes).

- Ahora viene la parte en donde se tendrán que poner de acuerdo para la sede del partido - lanzó el dirigente de la Asociación después de un breve aunque tenso silencio.

Como ninguno de los dos presidentes quería anticipar su postura, ahora sí cruzaron miradas como diciendo: “comenzá vos”, pero todo quedó en lo gestual.

Al ver que de continuar así la cosa iba para largo, Castro se decidió a moderar la situación.

- A ver entonces ¿Qué propone el Globito?

Carsetti respiró hondo miró fijo a Castro y comenzó.

- Luego de un análisis de la situación donde evaluamos el tema de la seguridad, las distancias, los costos y la estructura deportiva de cada uno de los, para nosotros, posibles escenarios, hemos llegado a la conclusión que todas estas condiciones las reúne el club Independiente de La Unión. Por lo tanto, y con el objeto de buscar el bien común, solicitamos que el Club Manzanares acepte nuestra propuesta.

Demás está señalar que La Unión es una ciudad emplazada dentro de la misma provincia que el Globito y que la distancia a recorrer era significativamente menor para el club ubicado más al sur que para su rival. Además, contaría con el “beneficio” de que la seguridad corriese por cuenta la policía de su provincia.

- ¿Está de acuerdo el Club Manzanares? - preguntó Castro.

- Para nada. De ninguna manera este partido se deberá jugar dentro de los límites de las provincias a la que representan nuestros clubes. Una decisión como esta abriría puertas a suspicacias y esta honorable Asociación lejos debe estar de todo esto. No hay forma que podamos aceptar esta propuesta.

- Está bien ¿Y Manzanares que propone?

- Estimamos que, como dijimos anteriormente, el partido deberá jugarse no sólo en un campo de juego neutral, sino en una provincia, neutral. Por ello elegimos un lugar que para ninguno de los dos clubes es accesible, no al menos en cuanto a la distancia que debamos recorrer. Creemos que el tercer partido deberá tener como escenario el club Ñul Boys de Santa Rita.

- ¿Qué opina el Globito? - Interrogó el mediador.

- Inaceptable. Si bien las distancias son largas para ambos, a nuestro club ese sitio le queda mucho más lejos, y teniendo en cuenta el día de la semana en que estamos, será muy difícil armar todo el operativo del viaje. Seguimos firmes con nuestra posición porque no creemos que haya un lugar más práctico para ambos como escenario.

- Entonces… ¿no hay acuerdo? - Lanzó Castro como pregunta final.

Hubo un par de cruces de palabras en voz muy baja entre cada dirigente y su compañero, pero al levantar la mirada y ver que el dirigente de la Asociación lo miraba por encima de los anteojos, Garmendia hizo un gesto las palmas de las manos hacia abajo y abriendo los brazos como diciendo “no hay más nada que hacer”. Carsetti fue más elocuente al decir lacónicamente nosotros no vamos a modificar nuestra postura.

- En ese caso les pido un cuarto intermedio de unos quince minutos, pero no se retiren del lugar porque pueden ser menos - concluyó el vicepresidente.

Dicho esto, tomó las carpetas bajo el brazo, hizo un gesto a uno de sus colaboradores para que lo acompañase y salieron presurosos de la sala.

Exactamente doce minutos después reingresó Castro. Pero además de su acompañante, en esta ocasión se unió otra persona: nada más, ni nada menos que el propio Tulio Gordon, presidente de la Asociación.

Luego de saludar a los dirigentes de manera fría y protocolar haciendo notar la diferencia de jerarquía, caminó hacia la cabecera y se sentó en “su” sillón. Abrió una carpeta donde observó algo rápidamente, pidió un vaso con agua, se quitó los anteojos, miró al resto de los presentes y comenzó su alocución.

- Por lo que me comentó José entiendo que no se pusieron de acuerdo en la sede del partido definitorio que deberán jugar sus clubes. Vine personalmente porque tengo una decisión tomada, y más allá que le pida alguna sugerencia, lo que quiero decirles es que definitivamente el lugar que elijamos, para evitar toda suspicacia no será La Unión, ni Santa Rita.

Dicho esto, y en un gesto que pareció varias veces practicado, bebió un trago de agua, se colocó los anteojos, abrió nuevamente la carpeta donde hizo como que leía algo, miró nuevamente a la mesa y con pausada gravedad dijo:

-Se jugará este domingo, a las 17, en Olímpico de Bahía Clara.

Cerró nuevamente la carpeta y preguntó ¿alguna objeción?

- Nos parece justo presidente, al menos nos queda un poco más cerca. Bueno, allá en la Patagonia adentro todo nos queda lejos - dijo Carsetti resignado.

- ¿Y Garmendia que dice?

Y allí comenzó la actuación de Chiquitín.

- No es lo que imaginábamos. A decir verdad, usted sabe el apego a las normas que históricamente ha demostrado nuestro club, pero creo sinceramente que esta vez nos han perjudicado notoriamente. Es un lugar hostil para nosotros, vamos a ir a un lugar en donde al fútbol no le dan demasiada importancia y no sabemos en qué condiciones estarán las instalaciones. En cuanto a la distancia, no existen demasiadas diferencias con Santa Rita que es lo que habíamos pedido inicialmente. En fin, no estamos de acuerdo, pero nos someteremos a la decisión de la presidencia.

Esta exposición de Garmendia hizo asomar una leve sonrisa en el rostro de los dirigentes del Globito. Se sentían como si hubiesen triunfado en los escritorios.

En realidad, no tuvieron demasiado tiempo para comentar nada porque de inmediato don Tulio volvió a tomar la palabra.

- Nos queda un último tema, al menos en esta reunión, y es la designación del árbitro. Quiero decirles que el mejor que tenemos en este momento a disposición es Héctor Mastrelo. El será el encargado de dirigir el partido. Ahora, si me disculpan señores, tengo otra reunión pendiente por lo que cualquier cosa que necesiten me llaman al teléfono de la oficina o hablan con José que es lo mismo. Buenas tardes.

Inquieto, Chiquitín enfiló para donde estaba Castro para saludarlo. Luego de un par de formalidades le solicitó que le facilite una oficina con teléfono para hacer una llamada.

- No hay problemas. Le presto la mía que está un piso más abajo. Mientras tanto, yo me quedo aquí para ir formalizando todo lo decidido.

Garmendia tomó el teléfono, discó el número del Negro Rizzo y cuando, luego de cuatro sonidos lo atendió soltó: “Listo. Todo como lo programamos”.

- ¡Vamos! - Casi gritó el Negro desde la otra punta de la línea.

- Ahora hablá con el resto de la comisión y el cuerpo técnico para informarle todo lo que te voy a pasar sobre la organización. Reunansé esta noche. Yo llego mañana a mediodía.

- También hablaré con Radovengo para que acelere los contactos en Bahía. Necesitamos que los dirigentes nos den las cabeceras de las tribunas, nos consigan el mejor hotel y nos arme la campaña desde la radio para seguir sumando hinchas para el domingo - agregó el Negro.

- Ah…antes que me olvide, te paso el nombre del árbitro, es Héctor Mastrelo. Del resto te encargás vos. Lo que hagas que sea rápido, hay que primerearlos - finalizó Chiquitín.

Después bajó hasta la sala de periodistas, habló dando sólo las cuestiones más relevantes de los resuelto, aunque autoadjudicándose un rol principalísimo en la definición de la sede. Por último, pidió a los hinchas manzaneros copar Bahía Clara.

- Estamos en pleno enero. Cerca de Bahía Clara hay un buen balneario. Se va un par de días antes con su familia, veranea un par de días en el mar y termina con el partido que nos dará la clasificación al Nacional - recomendaba por las radios que buscaban sus declaraciones.

En el Valle, inmediatamente comenzó la oferta de micros que partían hacia Bahía. Se juntaban grupos de amigos, algunos intermediarios se encargaban de contratar los colectivos y casi al mismo tiempo se llenaban. Quienes disponían de algún lugar sobrante en el vehículo particular lo ofrecían como una manera de viajar más rápido que en el de transporte de mayor capacidad y a la vez abaratar costos. La consigna que se lanzaba desde el club es que no debía existir forma en que cualquier persona que quisiese viajar, no lo hiciera.

Los jugadores de ambos planteles, ajenos a todo lo que sucedía en el entorno, trabajaban intensamente porque sabían que llegar al Nacional era la máxima vidriera de exposición para un trabajador del fútbol. Nada se comparaba con tener la posibilidad de jugar un certamen de esta naturaleza, y como es lógico, nadie quería dejar pasar esta oportunidad.

Como era conocido, los manzaneros perdían a dos valores importantes para este decisivo partido. Uno de ellos, Iván Junta, venía de un equipo de primera división en donde, por ser todavía muy joven, no encontraba el hueco que le permitiese tener continuidad en primera. Sin embargo, su personalidad y garra le auguraban un futuro promisorio.

Los hinchas lo habían adoptado de inmediato. Apenas pisó el campo de juego del Club Manzanares, demostró que las condiciones de las que venía precedido eran tales. Y la gente no se equivocó. Un par de años más tarde, pasó a ser referente de uno de los clubes más populares del país. Hasta hoy se lo recuerda con nostalgia porque dejó su marca indeleble en cada camiseta que defendió. Junta había recibido la tercera amonestación en el partido anterior por lo que se perdería la definición.

El otro ausente era el goleador Marcelo Pardi. Venía de las categorías de ascenso y rápidamente entendió la forma de jugar estos torneos donde al menor error, el equipo lo pagaba con la eliminación y las consecuentes aspiraciones truncas, al menos por un año. A fuerza de goles se ganó a la hinchada. Pardi también sobresaldría en equipos grandes en los años venideros. El nueve fue “sospechosamente” amonestado cuando el partido en cancha del Globito estaba a un par de minutos de terminar y convertía el empate de contragolpe. No sólo el árbitro anuló mal aquel gol que le hubiese dado la clasificación a Manzanares, sino que además de manera insólita le mostró la amarilla que lo inhibía de jugar en Bahía Clara.

El Globito también debía resignar, al menos, a un valor importante, aunque en este caso por lesión. El Toro Marces, quien años después vestiría los colores del Capo de la Patagonia, padecía un desgarro que no le permitiría llegar en condiciones al duelo. Un par de años después, Marces comentaría: “cuando vi lo que era la gente del club Manzanares me dije para mis adentros, algún día jugaré en ese club”. Y el tiempo cumplió con esa expectativa.

El plantel del club Manzanares decidió viajar unos días antes a Bahía Clara para familiarizarse con el clima caluroso y húmedo y a su vez alejarse del entorno de los hinchas y la prensa que mostraban tanto entusiasmo que no les daban espacio para la tranquilidad que necesitaban.

Montaron la residencia temporaria en las afueras de la ciudad donde aprovecharon un campo de juego cercano para realizar las tareas de preparación del partido.

El Globito, en cambio, decidió llegar la tarde anterior al enfrentamiento, alojándose en un hotel céntrico de la ciudad.

El sábado, la jornada se presentó calurosa y sumamente húmeda. Cerca de mediodía una larga caravana de vehículos enfilaba para la amplia y populosa playa marítima distante unos 90 kilómetros para pasar esa pegajosa jornada.

Un indicio de lo que sería el día siguiente lo dio la cantidad de gente del Valle que aprovechó las bondades de la playa bajo los 35 grados de media tarde. A pocos minutos de instalarse bajo la sombrilla, los dirigentes de Manzanares recibieron los saludos de mucha gente que, aunque no la conociesen, claramente había viajado por el partido. Personas con camisetas, algunas sombrillas, pantalones con el escudo del club y alguna batucada improvisada, presagiaban el clima que se viviría al día siguiente.

En tanto en el Valle casi como sincronizados, el sábado por la noche comenzó a partir la caravana de colectivos para desandar los algo más de 500 kilómetros con la ilusión, casi convicción, del ascenso.

El estallido se produjo poco después de las seis de la mañana. El convoy de casi 40 micros irrumpió por una de las avenidas principales de Bahía Clara, pasó frente al estadio donde por la tarde se jugaría el partido para desembocar en la plaza principal. Allí bajaron los pasajeros para manifestar sus claras intenciones. Lo hicieron cantando a todo pulmón, haciendo explotar varias bombas de estruendo desplegando banderas albinegras, todo ello acompañado al ritmo de redoblantes, bombos y un par de trompetas. Un gran carnaval que los testigos de esa ciudad no alcanzaban a comprender porque nada tenían que ver con eso.

Esta irrupción todavía hoy se recuerda en aquel lugar. La mayoría porque fue despertada de sus sueños de fin de semana, otros (los más jóvenes) porque se veían sorprendidos en el regreso a sus hogares, después de la noche sabatina, con una batucada como si fuese media tarde.

Aquella ciudad de mucha actividad administrativa y comercial se vio invadida de pronto por más de tres mil almas que llegaron hasta ese lugar en busca de un resultado deportivo enmarcado en una pasión que ellos jamás imaginaron se podría generar siguiendo la campaña de un club de fútbol. No lo podían entender, nunca hasta el momento habían vivido algo semejante. Por donde caminaran, se cruzaban con grupos de muchachos, familias, niños o más veteranos identificados con el blanco y negro. Se sentían espectadores de una fiesta de la que no formaban parte. Sus gestos de admiración definían lo que estaban viviendo y todavía hoy recuerdan.

Poco a poco también comenzaron a identificarse algunos simpatizantes del Globito aunque en un número claramente inferior. Los hinchas más “radicalizados” del Capo, que habían sufrido lo ocurrido en el estadio Municipal, fueron a buscar a sus pares de la hinchada rival para ajustar cuentas. Y esta parte oscura también quedará por muchos años en la memoria de quienes lo vieron de cerca.

Los “barras” del Manzanares fueron realmente duros con los del Globito, los persiguieron por toda la ciudad y hasta cuando pretendieron ingresar al estadio, cosa que muy pocos petroleros pudieron hacer.

Porque ya cerca de la hora del gran cotejo, las tribunas se vistieron con los colores del Club Manzanares. Más de tres cuartas partes de las gradas del estadio fueron copadas por los simpatizantes valletanos que no cesaban de ingresar hasta pocos minutos antes del partido.

¿Tres mil? ¿Cuatro mil? Nadie supo cuantificarlo. Lo cierto es que la fiesta era unilateral. La música la ponía solo una parcialidad. Porque eran mayoría, porque llegaron con todas las “herramientas”, y porque se notaba una firme decisión de alentar hasta desfallecer. Si no se daba el resultado no iba a ser porque la hinchada no respaldó al equipo. Al fin y al cabo, para eso habían viajado. Y lo demostraron con claridad.


Pero también hubo un partido. Y allí la cosa no tuvo correlato con lo que ocurría en las tribunas. Muy parejo, duro, disputado. Jugado como cualquier final donde se sabe que un error puede costar muy caro. Los 22 entendieron de lo que se trataba desde lo táctico y, fundamentalmente, desde lo anímico.

Y por eso, al menos en el primer tiempo, se dio la lógica. Se fueron a refrescar con el marcador sin moverse.

Pero sobre los 20 de la etapa final fue el Globito quien pegó primero. Marcelo Britos la clavó desde el borde del área, lejos del alcance de Llordo. Y a los pocos minutos fue el mismo jugador que obligó al golero a una atajada majestuosa.

A un cuarto de hora de terminar, el calor comenzó a hacer estragos en el físico de los jugadores y el Globito se desdobló en el esfuerzo de marca achicando espacios en el fondo, con la intención de aprovechar algún contragolpe, pero poniendo especial atención en la defensa de su valla para mantener la ventaja.

Manzanares iba con todo lo que tenía. Su técnico Hugo Hardy colocó a todos los delanteros que disponía en el banco pero los minutos pasaban y el Globito aguantaba. Como podía, pero aguantaba.

Hasta que faltando cinco para el final el Peti Diogo, un lateral que jugó adelantado y lanzado al ataque, tiró un buen centro que cabeceó José Ginez al gol para el delirio de la gran mayoría. Trajito Ginez, justo él. Criado en un pueblo cercano a Bahía estaba respaldado por una gran cantidad de familiares que se vistieron de hinchas albinegros para alentarlo.

Sin embargo, la historia no estaba liquidada ni mucho menos. Si el resultado se mantenía como estaba debía jugarse un alargue de treinta minutos. Con ese calor los físicos estaban exhaustos y nadie podría garantizar lo que sucedería en cuanto al desarrollo del juego.

Pero en esos minutos que quedaban ocurrieron algunos hechos para destacar. Detrás de la tribuna donde atajaba el arquero del Globito, algunos simpatizantes arrojaron proyectiles que le cortaron la cabeza. Cuando el golero tendido en el piso le protestó al árbitro por lo sucedido, Mastrelo le respondió: “Dale, levantate ¿no te das cuenta el clima que hay? Si paro el partido nos matan a todos y de acá no salimos”.

Con varios tiros libres, en algunos casos sospechosamente a favor, desde los costados pero cerca del área, el Capo se llevó por delante al Globito.

Y ya en el descuento apareció la figura del hasta ahora siempre suplente y poco trascendente Eduardo Aggo para hacerse cargo de un tiro libre más. Esta vez algo más recto y a unos 25 metros del arco. Nadie tenía a Aggo como ejecutor de tiros libres y por lo tanto la mayoría imaginó que su remate llegaría al área a modo de centro.

Pero le pegó durísimo. Su remate dobló las manos del arquero del Globito y se metió junto a su palo derecho. El estadio se vino abajo. De nada valió la protesta de los jugadores blancos porque casi de inmediato el árbitro dio por terminado el partido. La gente invadió el campo de juego para llevar en andas a sus jugadores. La fiesta parecía nunca llegar a su fin.

A 500 kilómetros de distancia la cosa era parecida. Apenas terminado el partido los simpatizantes se dirigieron primero al centro de la ciudad y luego al estadio para festejar a pleno, como cuando un club de primera división gana algún campeonato, aunque en este caso con mucho mayor fervor.

Los hinchas tuvieron un regreso de fiesta interminable, los integrantes del plantel felices por lo que vendría que sería nada menos que participar en el máximo torneo de la Asociación, los dirigentes exultantes porque había salido todo como lo planeado.

Y el árbitro extenuado. Llegó al hotel, apenas ingresa el conserje le dijo: “En el lobby hay alguien que lo espera”.

Cuando Mastrelo asomó al amplio salón vio a una bella señorita sentada en el sillón con un gran sobre en su mano.

- Hola, soy Solange. Vengo de parte del señor Rizzo con este sobre para usted ¿Puedo subir?

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